Rutinas, curiosidades y manías de autoras y autores famosos
La escritura es un proceso tan único como quienes la practican. Muchas autoras y autores han desarrollado rutinas peculiares o manías que los ayudan a concentrarse. Aquí algunas de las más curiosas:
Virginia Woolf: Escribía de pie, en un escritorio alto, porque creía que así su mente se mantenía más activa.
Agatha Christie: Solía idear sus tramas mientras tomaba un baño caliente, rodeada de manzanas.
Truman Capote: Se consideraba un escritor “completamente horizontal” y escribía acostado en su sofá o en la cama.
Jane Austen: Escribía en la sala de su casa y, para evitar interrupciones, mantenía una puerta chirriante que la alertaba si alguien entraba.
Haruki Murakami: Se levanta a las 4 de la mañana, escribe durante cinco o seis horas y luego corre 10 kilómetros o nada 1.5 kilómetros.

Maya Angelou: Alquilaba una habitación de hotel para escribir, manteniendo el espacio sencillo, sin distracciones ni adornos.
Emily Dickinson: Escribía sus poemas en trozos de papel o sobres reciclados y rara vez salía de su casa.
Victor Hugo: Para no distraerse, se encerraba desnudo en su habitación y le pedía a su sirviente que escondiera su ropa.
Edith Wharton: Prefería escribir en la cama rodeada de sus perros, y dejaba que su secretaria transcribiera sus borradores.
Juan Rulfo: Prefería escribir de noche, cuando el silencio lo ayudaba a concentrarse.
Otros, han recurrido al alcohol u otros estimulantes como parte de su proceso creativo.
Ernest Hemingway: Aunque bebía con frecuencia, decía que nunca lo hacía mientras escribía. Sin embargo, su amor por el whisky y el mojito es bien conocido.
William Faulkner: Prefería el whisky para acompañar sus sesiones de escritura nocturnas. Creía que ayudaba a liberar su creatividad.
Charles Bukowski: Consideraba que el alcohol era parte esencial de su vida y su obra, y a menudo escribía bajo sus efectos.
F. Scott Fitzgerald: El autor de El gran Gatsby bebía mucho, lo que afectó tanto su salud como su carrera.
Jack Kerouac: Además del alcohol, usaba benzedrina, una anfetamina, para mantenerse despierto durante largas sesiones de escritura.
Honoré de Balzac: Consumía grandes cantidades de café, hasta 50 tazas al día, para mantenerse despierto y escribir durante la noche.
Jean-Paul Sartre: Usaba anfetaminas para estimular su mente mientras trabajaba en sus obras filosóficas y literarias.
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